El pueblo de Oshún

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El pueblo de Oshún

En una demostración que la Osha este viva, le comparto este hermoso relato de una hija de Oshun

La pobreza lo había invadido todo, la suciedad había convertido a la ciudad en un basural, lleno de escorias humanas. Nadie se preocupaba por nosotros, nadie tomaba en serio nuestras necesidades, salvo una anciana de ojos de miel que saciaba nuestro hambre físico, y espiritual con comida e historias de tiempos pasados.

«En la orilla del río», decía la anciana «Se esconde una reina. Bonita como los lirios, dulce como la miel. Hace tiempo que nadie se acuerda de ella, pero su amor infinito es el trono que este pueblo necesita…»

«Su nombre es Oshún, pasea cuando el sol está brillando en el firmamento vestida de amarillo, danzando, aliviando las penas de quienes recurren a ella. Aunque claro…» la anciana hablaba mientras nos servía los platos de comida «nadie se acuerda de ella. Pero ella está, mi madre está. La siento en mi pecho. Alguna vez los llevaré, mis niños, a jugar en las orillas del río ¡Van a ver qué bonito que es!.»

Todos se rieron; todos no. Yo no. Mi madre me contaba historias parecidas, en secreto, cuando todos dormían, porque en el pueblo estaba prohibido soñar.

Comimos en silencio mientras nuestra protectora se servía las sobras que habían quedado y se sentaba a nuestro lado. Entre bocado y bocado levantaba la vista para verla: tenía setenta años pero no lo aparentaba. Su fama de bruja la había convertido en una mujer amada por algunos y odiada por otros tantos. Pero ella era la única que se atrevía a soñar en público.

A la mañana del día siguiente ella nos esperó en la puerta de su hogar con dos canastas llenas de frutas que, según nos contó, su madre Oshún le había dejado en la orilla del rio. Duraznos y melones decoraban el interior de esas canastas. Ese día nos llevó a conocer el reino de su tan amada madre.

El río nos susurraba una bienvenida dulce y amorosa. Nos sentíamos a gusto con el sol en nuestros rostros; la belleza de aquel lugar era casi mágica, con flores coloridas, juncos y cristales que a lo lejos parecían espejos.

La anciana se inclinó expresándole su amor y devoción al río, mientras que nosotros la imitábamos, jugando a seguir al líder. Entonces, mi corazón se aceleró. Me puse de pie y caminé hacia la orilla; la traspasé hasta que el agua me rodeaba la cintura. Yo no sabía nadar, pero no tenía miedo. Sólo seguía mis corazonadas.

Me sumergí en las aguas dulces hasta llegar a la arena que tenía el fondo. Una piedra brillosa captó mi disminuida visión, pero era tan hermosa…tan brillante que la tomé y volví como pude a la superficie pero no los encontré al llegar.

En su lugar, una bella joven vestida de amarillo, cantaba sentada sobre la arena. La reconocí enseguida, pero no me atreví a pronunciar su nombre. Salí del agua, ella me extendió sus brazos adornados con pulseras y brazaletes. Corrí hacia ella para recibir el abrazo más dulce que jamás en la vida volvería a experimentar. Oshún, la protagonista de todos los relatos de mi protectora, me dijo que despertara, que las cosas mejorarían, que ya nadie pasaría hambre ni dolencias en el pueblo. Pero que yo tenía que despertar porque en mis manos estaba la clave.

Eso hice. Desperté empapada en los brazos de la anciana. Abrí mis manos y ocho piedritas doradas salieron de ellas. Todos quedaron asombrados.

– La vi, doña Lu. La vi –

– ¿A quién viste, amor?

– A mamá Oshún.

Ella lloró, yo lloré. Todos lloramos, pero no sabíamos bien el por qué. Volvimos al pueblo para contar las buenas noticias. El alcalde creyó inmediatamente en nuestro fantástico relato y se acercó al río, para encontrar cientos, miles, de esas piedritas doradas.

El pueblo se enriqueció, los habitantes ya no pasaron hambre, todos soñaban, todos proyectaban una vida mejor. La anciana ya no estaba con nosotros, se había exiliado al río para cuidar de que la avaricia no ganara en aquellos que retiraban el oro que mamá Oshún dejaba cada sábado para nosotros, junto con duraznos, melones y lirios para perfumar nuestras casas.

Desde ese momento, después de veintiocho años, voy todos los sábados a hablar con ella, a crear historias para luego contárselas a los nuevos niños. Me convertí en una creadora de alas, de sueños… En una nueva versión de doña Lu. Ese fue el destino que mamá Oshún tejió para mí ese día que me ahogué en su reino de aguas cristalinas.

🌾Orá iè ieò mi amada madre Oshùn…🌾

(Propiedad intelectual de Maray Maldon – Maray Ti Osun-)

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