Mitos sobre el Valor religioso y la enseñanza etica

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Mitos sobre el Valor religioso y la enseñanza etica

Los patakíes más numerosos son aquellos que, de una forma u otra, se refieren a la importancia decisiva de lo religioso en la vida de los individuos y de la comunidad

Estado y religión están íntimamente vinculados. Y en los momentos críticos, por ejemplo en caso de conflicto bélico, la segunda es el fundamento para la preservación del primero. Según un mito, los lucumís fueron a la guerra con los congos. Idebe fue llamado para dirigirla. Lo primero que hizo fue trasladarse a la casa de Orula y pedirle consejo y éste le mandó que antes de pelear hiciera ebó con tres tambores y tres botellas de otí (aguardiente) y luego se pusiera a la cabeza del ejército lucumí tocando los tambores. Así lo hizo. Los congos, a quienes gustaba mucho el baile, al oir la música en seguida comenzaron a danzar. Idebe los invitó a tomar aguardiente, los emborrachó, los cansó y los congos fueron vencidos. (Entre paréntesis, esa lucha entre lucumíes y congos es un reflejo en el corpus mitológico de la competencia que siempre ha existido y existe en Cuba y en el exilio entre la Regla de Ocha y la de Palo Monte o Mayombe). Abundan extraordinariamente los patakíes que se refieren al castigo que reciben los impíos, las personas que ignoran la voz de los orichas y se niegan a hacer ebó cuando se les manda. Pudiéramos citar literalmente centenares de ellos. Bastará con un par: Olofi quiso celebrar una fiesta. Para hacerlo necesitaba muchos pescados. Orula había advertido a los peces que hicieran ebó para protegerse. Los peces chicos no obedecieron. Sólo el pez más grande lo hizo con un tablero que se le pegó en la cabeza. Cando Olofi puso el jamo para atrapar los peces, todos los chicos cayeron dentro, mientras que el mayor no pudo entrar porque el tablero que llevaba adherido era demasiado grande. Y de ese modo se salvó. En otro mito, tal vez el más dramático de la serie, un babalao alzó la bandera roja de Changó casi a la misma altura de la bandera del Rey. Cuando éste, encolerizado, le preguntó por qué lo había hecho, el babalao contestó: «Dios me manda a adivinar.» «Pues adivina», dijo el Rey. Y el babalao sentenció: «En lo material el reino marcha bien, pero hay un gran vacío espiritual. Hay una gran sombra que oprime el alma de todo el reino… O se le da paso a la espiritualidad o el castigo vendrá, implacable.» La cólera enrojeció el rostro de Su Majestad, pues nunca nadie se había atrevido a hablarle de ese modo: «¿Castigarme a Mí? Yo soy quien porta la corona aquí. Llévense a este hombre y ejecútenlo mañana.» El Rey tenía una hija muy consentida, al extremo que andaba sola a todas horas del día y de la noche. Pasó por la prisión, vio al babalao preso envuelto en su gran capa roja, y le dijo: «¡ Que capa tan bonita! ¿Me la das?» «Aquí la tienes -dijo el babalao-. Tómala. A mí me ejecutan por la mañana.» La muchacha se llevó la magnífica prenda. Y con ella puesta salió de la prisión. Los guardias, confundidos, creyendo que era el babalao que se escapaba, la mataron. Al levantarse el Rey empezó a buscar a su hija queridísima, que no aparecía por todo el palacio. «¿Donde está mi niña linda?» Al enterarse de lo sucedido se desplomó, abrumado por el dolor. El pueblo, entonces demandó justicia. El Rey, con el alma destrozada, sacó al babalao de la cárcel. Admitiendo su error, reconoció «la realidad de la adivinación». Y autorizó a que se alzase la bandera de Changó a la misma altura que la bandera del reino.

Mitos de enseñanza ética:

Otros mitos axiogónicos más específicos condenan los vicios, errores y pecados del hombre ofreciendo modelos ejemplares de conduela humana. El sistema ético que de esta mitología se desprende es tan vigoroso, elevado y comprehensivo como el de las religiones occidentales. Específicamente se reprueban los que pudieran considerarse como «pecados capitales» de la religión lucumí, es decir: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la mentira, la pereza,la indiscreción, etc. Tómese el caso de la envidia, por ejemplo. El camaleón odiaba al perro porque mientras éste tenía muchos colores distintos él estaba condenado a lucir uno solo. Un día fue a hacerse registro con Orula a quien le dijo: «¿Por qué no he de ser yo multicolor como es el perro? Odio a ese animal. Dame una cosa para que tan sólo con mirarla pueda yo ejercer dominio absoluto sobre él.»

El oricha comprendió que el camaleón se consumía de envidia y por eso lo condenó a no tener color propio y distinto sino’a tomar el del árbol en que se trepara.

– En un bello patakí titulado «El Algodón y los Pájaros– sobre el mismo pecado capital; se relata lo siguiente:

Los pájaros se reunieron para acabar con Oú, el Algodón.

-¿Por qué ha de ser blanco como la masa de coco? ¿Por qué ha de’ser dé Oú la capa de Obatalá, el oricha que creó a los nombres por orden de Olódumare?

Volaron los pájaros hasta la Luna, en medio de la noche. Y la Luna les dijo:’

-Yo mandaré mucha agua y mucho frío y acabaré con él.

Y fueron a donde estaba el Sol, en medio del día. Y elSol les dijo:

-Yo mandaré mucha candela y con mis rayos lo quemaré. Después encontraron al Viento, que sopla desde los cuatro puntos de la tierra. Y el Viento les dijo:

-Yo soplaré con fuerza y le tumbaré las hojas y los retoños que son sus hijitos.

Por fin buscaron a la Lombriz, que vive en los túneles del suelo. Y la Lombriz les dijo:

-Yo entraré en la tierra y le barrenaré sus raíces. Y morirá.

Los pájaros regresaron muy contentos, aleteando y chillando:

-Y nosotros nos comeremos las hojas y los hijos. ¡Ese será el final del Algodón!

Y empezaron unos tiempos muy malos pára el pobre Oú. Primero, el Diluvio: agua y más agua helada que todo lo pudría. Luego la Sequía: fuego y más fuego, que todo lo quemaba. Y luego el Ventarrón: ráfagas tras ráfagas que todo 15 arrancaba. Y luego, la Lombriz: mordida tras mordida que todo lo gastaba.

Moribundo casi, el Algodón imploró el favor de Obatálá. Y Obatalá le dijo:

-Ve con. Orula y haz lo que él te diga. Oú fue con Orula y le contó sus penas:

-La Luna me mata de frío. El Sol me sofoca. El Viento me destruye los hijos.

La Lombriz se come mis raíces. Estoy a punto de morir. ¿Con qué se hará luego la capa de Obatalá, blanca como leche de coco?

Y Orula respondió:

-Haz ebó. Haz sacrificio con dos palomas rojas como el fuego y dos palomas blancas como la nieve. Yo te bendigo: «¡Lotoli achú to!»

Y entonces Obatalá intervino:

-Desde hoy el pájaro que venga a comerse los hijos de Oú, quedará ciego.

Y así sucedió: vinieron los pájaros, metieron su pico en el Algodón y perdieron ahí mismo la vista. Alzaron sus voces al cielo:

-¡Ay, ay que todo está negro! ¡El día se ha vuelto noche!

Y Orula les contestó:

-¡Castigo divino! Eso les pasa por roñosos, por tenerle tirria a lo Perfecto…

Los pájaros volaron hacia el bosque. El algodón sigue brillando en la capa de Obatalá.

En un mito, de tono casi bíblico, pues recuerda el caso de José en el Génesis judaico, Adima -el más pequeño de tres hermanos- era odiado por los otros dos, Achamá y Arumá, con gangrenosa pasión fratricida porque era más inteligente que ellos y todo lo que hacía le salía bien. Un día iban los tres por un camino. Los dos mayores para deshacerse del más chico lo echaron en un pozo que habían encontrado. Achamá dijo: «Ahora no lo veremos más.» Pero poco después vino Yemayá, la Virgen de Regla, a sacar agua del pozo, tiró un cubo y sacó a Adima que se había agarrado de la soga. «¿Cómo fuiste a parar ahí?, preguntó Yemayá. «Fueron mis dos hermanos, pero yo los perdono», contestó el muchacho. Y salió corriendo hasta dar con Achamá y Arumá. Estos le preguntaron: «¿Quién te sacó?» Y Adima les dijo: «Una señora muy prieta.» Entonces el mayor le dijo al segundo: «Ahora lo matamos, lo picamos, lo enterramos en un hoyo y luego lo tapamos. A ver quién lo va a salvar ahora.» Así lo hicieron. Pero vino Ochún, la Virgen de la Caridad, y se puso a buscar al pequeño, encontró donde lo habían enterrado, escarbó, sacó sus restos y los pegó pedazo por pedazo. El resucitado Adima, contestando la pregunta de Ochún, dijo: «Fueron mis hermanos, pero yo los perdono.» En ese momento llegó Oba Uílá, quien enterado del asunto dijo: «Eso es demasiado.» Y ordenó el castigo de los envidiosos fratricidas expulsándolos al bosque para que se los comieran las fieras.

Los reyes, acostumbrados a mandar, constituyen excelentes ejemplos para combatir la soberbia. Según un patakí: «Había un rey tan orgulloso que no hablaba con nadie del pueblo ni siquiera permitía que el pueblo se mezclara con sus sirvientes. Tenía una hija que siempre estaba enferma, siendo inútiles los esfuerzos de los curanderos de la corte para aliviarla. El Rey mandó a buscar a Orula, pero el oricha le mandó a decir que fuera a verlo él. El Rey, encolerizado, se negó. ‘Yo soy el Rey. ¿Qué se habrá creído ese Orula?’ Pero la niña empeoraba y, por fin, el Rey decidió ir. Al entrar en la casa de Orula tropezó en la puerta, la corona se le cayó y fue rodando por una cuesta. El pueblo la cogió y la escondió. El Rey para recuperar el símbolo de su autoridad tuvo que ir preguntando humildemente de puerta en puerta. Cuando encontró la corona echó de ver que el orgullo de nada le había servido. Y la princesa entonces se curó.»

En otro relato se habla de los tres hijos de Ifá que estaban en competencia con

Orula. Un buen día comenzaron a gritar en la plaza: «Nosotros podemos hacer lo mismo que hace Orula. Somos tan sabios como él.» Echú, que estaba ahí, le contó lo sucedido a Orula, quien hizo ebó con una cabeza de chivo, tres clavos y un martillo, que puso al pie de un árbol. Los tres hijos de Ifá, caminando por el bosque, llegaron frente al árbol. Y comenzaron a jactarse de sus poderes. «Yo soy capaz de cortarme la cabeza y volvérmela luego a poner sobre los hombros», dijo uno. «Y yo también», dijo otro. «Y yo lo mismo», agregó el tercero. El primero, yendo del dicho al hecho, se arrancó su cabeza y la tiró para arriba. Lo mismo hicieron los otros dos. Lo que ellos no sabían era que Echú, antes de ellos llegar, se había subido al árbol. Y cuando los hijos de Ifá lanzaban al aire sus cabezas, Echú las cogía y las colocaba en lo más alto del palo. Y así los tres jactanciosos las perdieron para siempre.

Un mito, muy conocido como cuento también en Europa y en América, condena la avaricia:  «Cierto perro salió un día al matadero y se robó una gandinga. Cuando se la llevaba, al cruzar un río vio su reflejo en las aguas. Como le pareció la presa mucho más grande que la que llevaba en la boca, soltó la buena para coger la falsa, quedándose sin nada por avaricioso.»

Según otro patakí,  Icá era un hombre que padecía del vicio de la codicia. Un día, en tiempos de una gran hambruna, estaba sentado en una enorme pila de maíz que le pertenecía cuando se le acercó un ratón para pedirle unos granitos. Icú se los negó. Y lo mismo hizo con otros animales que solicitaron su ayuda. Hasta que llegó Echú, quien como castigo, echó a Icá de su pila, regó los granos por el suelo y llamó a los otros animales para que se repartieran el maíz.

La ira es considerada como oü-o pecado capiuil por esta mitología. Así, por ejemplo, indignado Olofi por el violento trato que muchas gentes daban a sus hijos, se apoderó de todos los niños, se los llevó para el cielo y cerró las llaves de agua en la tierra para que los iracundos no tuvieran qué beber.

De acuerdo con otro patakí Orula tenía un puesto de viandas en la plaza. La gente le compraba pero no le pagaba. Un día, molesto, el oricha fue a cobrarte a todo el mundo armado de un machete. Su exagerada reacción provocó un escándalo enorme en el pueblo. Y, contra lo que esperaba, tampoco pudo cobrar. Más tarde, consultando con su Ángel de la Guardia, hizo ebó y marchó tranquilo a la plaza. Viendo que había mucha escasez de algunas mercancías, se las consiguió y, como sólo él las tenía, sus deudores comenzaron a pagarle lo que le debían para luego surtirse de lo que necesitaban. Todo en santa paz y armonía, porque más vale maña que fuerza.

También se combate por los mismos medios la mentira, el hurto, el adulterio.

Vamos a ofrecer una muestra de cada caso. Por ser muy mentiroso se castiga en un patakí al hijo del rey, condenándolo a la pobreza y al desprecio. En otro se ataca conjuntamente el robo y la calumnia: el hurón se roba una gallina y ladinamente coloca las plumas en el patio del gato, tratando de comprometerlo a pesar de hacerse pasar por su íntimo amigo, pero al fin la verdad sale a relucir y el hurón, puesto al descubierto, tiene que huir al bosque. El tercero dice así:

«Esto sucedió en el tiempo en que no se enterraban los cadáveres. Los muertos se amortajaban y eran depositados al pie de la ceiba. Sucedió que Mofa tenía su señora y ésta decía que lo quería mucho, que él era todo para ella en la vida. Pero no era cierto: ella tenía otro hombre y por él hasta a su hijo descuidaba. Cuando esa mujer se encontraba con su amante siempre le decía:

Qué aburrida estoy de Mofa, daría cualquier cosa por salir de él!»

A lo que el hombre contestó:

-¿Quieres deshacerte de tu marido? Pues nada más fácil. Tú sabes lo que se hace aquí con los cadáveres. Bueno, pues tú te haces la muerta esta noche.

Entonces te amarrarán y te pondrán junto a la ceiba. Yo iré por la madrugada y te llevaré para mi casa.

Así lo hizo la mujer. Se fingió muerta. La amarraron y la pusieron en la ceiba, de donde el hombre se la llevó para su casa. Pasó el tiempo. Mofa lloraba la pérdida de su esposa. El amante de ésta tenía un puesto en la plaza, pero como le hacía falta plata se buscó otro trabajo y puso en su lugar a la mujer. Un día Mofa mandó a su hijo a comprar quimbombó en el mercado. Y ¡cuál no sería su asombro al ver que era su madre viva quien le despachaba! El muchacho la llamó:

-¡Mamá! ¡Mamá!

Pero ella, impasible, le contestó a su hijo:

-Yo no soy tu madre. Déjame en paz. Vete por ahí.

Al regresar a la casa el joven le contó lo sucedido a su padre, pero éste no lo creyó. Varias veces después el muchacho volvió a la plaza y al regresar a la casa insistía con su padre:

-Ella está viva. Es mi mamá…

Por fin Mofa fue al mercado, reconoció a su esposa, la agarró para llevársela y cuando ella hizo resistencia, gritando y pateando, la gente acudió a ver lo que pasaba. Mofa les explicó:

-Es mi mujer que me ha dejado por otro hombre…

Y la gente, muy indignada, sentenció:

-La adúltera merece un gran castigo.

Mofa lo pensó por unos instantes y al fin dijo:

-Sí, hay que castigarla. Pero ella es muy traicionera. Vamos a abrir un hoyo

Bien hondo y en él la enterraremos viva. De ese modo pagará su crimen.

El pueblo aceptó la sugerencia. Y la llevaron a cabo. Porque en ese pueblo no se acostumbraba a que una mujer traicionase a su marido.

 Obba La She ::.. Nerly Yojanna 

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