Para la gran mayoría de sus seguidores, Òrúnmìlà es el gran profeta de la religión yórùbà
Orula es quien desarrolló el sistema de culto esotérico conocido como Ifá. Por medio del estudio de la naturaleza humana y divina, Òrúnmìlà descubrió que todo se formula a través de dos niveles de potencialidad.
Gracias a él nos acercamos al estudio de lo animado y lo inanimado, de lo manifiesto y lo no manifiesto, de mundo visible e invisible, es decir, a la comprensión fundamental de la ontología. Y lo que es más importante, esta comprensión fundamental provoca la evolución del espíritu humano que, a su vez, anima la conducta divina, la progresión mundana y, por extensión, la cosmología. Òrúnmìlà, como con todos los profetas, ha sido deificado.
Algunos creen que ocupa una posición comparable a la del “hijo de Dios”, según la religión Yórùbà. De ahí que se crea que estuvo presente cuando Olodumare creó a todos los seres. Por medio de su persona concomes la verdad de todos los seres, y también, su destino. De todas las divinidades Yórùbà es la más esotérica. Actúa y habla sin tener ninguna imagen física representativa.
A Òrúnmìlà se le conoce a través de los Odù de Ifá. Los orígenes de Òrúnmìlà se remontan a la leyenda Yórùbà, que cree que nació en el Oeste, en una familia humilde africana. En su tierra natal lo reconocieron como un niño divino y, aunque pobre y lisiado, manifestó pronto la sabiduría divina. Cuenta la tradición, que Òrúnmìlà creció con el apodo de “el hombre pequeño con la cabeza grande”. Su gran inteligencia y su naturaleza divina se vieron como una bendición del Cielo.
En su madurez, Òrúnmìlà viajó por el continente africano, compartiendo su sabiduría con profetas y sabios de todo el territorio. Existen evidencia de su influencia en Khamet, el antiguo Egipto, y también, en la comunidad de Judeo-pre-Cristiana. Pero todas sus enseñanzas fueron para los habitantes de Ile- Ifé. Aquí fue donde Òrúnmìlà construyó su templo en la sagrada colina de Oke-Tase. La tradición oral describe al sabio como un hombre que vino a Ile-Ifé para enseñar un sistema de ética, creencia religiosa, y visión mística y que legó sus enseñanzas a todos sus seguidores.
Sin embargo, a Òrúnmìlà no se le ve como el creador de religión de Yórùbà, sino como creador de su estructura actual. La fecha exacta de su presencia en la Tierra es difícil de determinar. Algunos la datan aproximadamente entre el 4.000 A.C. al 2.000 d.C., pero no deja de ser mera especulación.
Dicho esto, la primera pregunta a la que debemos enfrentarnos es la de si Órúnmilá fue un ser humano, un ente celestial o un Òrìsà. Para encontrar la respuesta no hay mejor lugar que acudir a los propios textos del corpus de Ifá. Los ese Ifá de Oyeku-Meji y Eji-Ogbe nos detallan que, desde el principio, Oba Ajalorun estaba solo cuando no existía nada, no había luz, sólo intensa oscuridad. Oba Ajalorun, entonces, pensó que las cosas estarían mejor si creara unos ayudantes.
Así que, formó a Órúnmilá, como el segundo al mando de la Tierra, y a Ajagunmole como Oluwo (Sumo Sacerdote) de los cielos. Oba Ajalorun decidió, pues, enviar a Órúnmilá un mundo donde no había tierra, ni luz, ni agua. Órúnmilá pasó cerca de 200 años en este mundo desolado antes de que el agua (Olalore) tan siquiera existiese. Levitaba sobre una especie de fango, que agitaba cada vez que él se movía. Después de pasar 207 años sobre este fango acuoso, alzó su voz y le rezó a Oba Ajalorun, Ise ori ran mi ni mo je, Oro Ajalorun ko se ko sile, Adagbe ko ye ni laye.
Hago lo que mi creador me ha encargado hacer, nadie puede negarse al mandato de Oba Ajalorun, pero vivir solo no es bueno para nadie. De esta manera rogó para que le diera vida a algunos ayudantes. Oba Ajalorun llamó a Órúnmilá al Cielo, junto con Ajagunmole. Oba Ajalorun formó a Èÿú a partir de una piedra dura, fuego y aire. También animó a siete espíritus, Orisanla (Obatalá), ariro o alagemo (el camaleón) y a Oduduwa; y les rogó que bajasen a la Tierra. Órúnmilá y sus compañeros bajaron y levitaron sobre Olalore (el fango acuoso). Cada vez que alguien deseaba trasladarse, lo hacía por medio de una onda, que lo llevaba de una parte a otra; pero, al mismo tiempo, todos se bamboleaban de un lado al otro, al tiempo que decían o on mi (‘en mí’, en Yorùbá).
Órúnmilá y las primeras creaciones de Olódùmarè, pasaron, doscientos siete años sin poder verse entre sí, salvo cuando algún relámpago, los hacía visibles muy brevemente. Así que Órúnmilá volvió a rezarle a Oba Ajalorun estas palabras, tal como lo registra Oyekun-Meji: Iwo oye, Emi oye, Oye sese n la loke, Omo araye se boju ti mo ni. Olódùmarè es la comprensión, yo soy la comprensión, Que cada vez que hay un rayo, La gente del mundo siempre piensa que amanece.
Oba Ajalorun accedió a su petición y creó la luz del día. Sin embargo, hubo una gran diferencia entre la luz del día y la absoluta oscuridad de la noche. Así que, después de otros veinticinco años, Órúnmilá pidió luz para iluminar las noches, y Dios creó la luna y las estrellas. Después de esto, Oba Ajalorun creó los dieciséis ancianos del Cielo (Eji-Ogbe) y las huestes celestiales (Orangun-Meji), donde volvió a mostrarse una nueva visión de la verdadera naturaleza de Órúnmilá.
Oba Ajalorun seleccionó a cuatro, de entre las huestes celestiales, y a siete de los ancianos del Cielo para que acompañasen a Órúnmilá en el cometido de hacer de la tierra un lugar mejor. Olofin Orun –otro nombre para Oba Ajalorun– ordenó a los siete ancianos elegidos que brincasen tres veces para que les brotasen plumas y les permitieran volar hacia la tierra. Entonces, Oba Ajalorun denominó a estos ancianos celestiales Ajuba, o ángeles. Los mandó ante la presencia de Órúnmilá, y les advirtió
Con el tiempo esa expresión derivó en omi, palabra que designa al agua en Yórubà. que no agitasen sus plumas ante él y que lo respetasen porque él mismo los había reclamado a ellos, concretamente. Órúnmilá llegó al mundo, por tercera vez, con la bendición de inmortalidad de Oba Ajalorun, y fue a visitar a los ancianos, antes que ninguna otra cosa.