Los Yórùbà atribuyen a la humanidad tanto un cuerpo material como uno inmaterial
Al cuerpo anatómico se le conoce como ara, que, obviamente, se descompone al carecer de vida. No momifican a los muertos, y la única parte anatómica que conservan es el corazón.
De hecho, al corazón lo consideran el asiento de la inteligencia y el valor. El corazón de un Rey se conservará en una vasija para ser adorado como algo divino, o será reducido a polvo y mezclado con ginebra para que sea ingerido por su sucesor, de forma que conserve la divinidad que residía en el rey fallecido.
Al cuerpo yaciente se le llama Oku. Tras la muerte, Ojiji (la sombra), la réplica que acompaña al hombre durante su vida, deja de existir en cuanto el cadáver se entierra. Iye, la mente consciente, también lo hace tras la muerte. Algunos afirman que iye puede hallarse perdido durante la vida, o ser destruido antes de la muerte.
Las partes imperecederas son: okan y emi(n). El alma viaja al más allá después de la muerte, pero no puede descansar a menos que los ritos funerarios hayan sido correctamente celebrados. Es esta parte la que requiriere alimento en forma de comida y bebidas. De ahí las ofrendas alimenticias al lado de las tumbas de los antepasados.
En el caso de que el cadáver quedará insepulto y se viese su alma en diversos lugares, se llamará iwiri, el espíritu incorpóreo. Si tras el debido ceremonial fúnebre, permaneciese todavía en íntima asociación con su cuerpo, o vagase a voluntad, podrá aparecerse en sueños a los miembros de la familia, especialmente a aquellos a los que aún no se les ha anunciado la muerte de la persona. Por otro lado, esa alma podrá estar en íntima asociación con las almas del resto de los miembros fallecidos de la familia. El alma no permitirá a los miembros vivos de la familia que la olviden si las exequias fúnebres no se celebraron.
De hecho, se aparecerá y atormentará a los parientes vivos hasta que se realicen. El alma de un padre vendrá siempre a bendecir a sus hijos. De aquí la expresión Oku Olomo ki i sun gbagbe, el espíritu de un padre nunca duerme ni se olvida de sus hijos. Después de la muerte, el alma, el corazón, ya no es llamada okan, sino oji, el espíritu que vaga anticipadamente a la ceremonia fúnebre, o emi(n), el espíritu que es visto con los otros miembros de la familia. A emi(n) se le atribuyen las mismas características del okan, pero se considera disociado del cuerpo y ligada íntimamente con las más altas esferas de la vida de ultra tumba.
El espíritu de un hombre puede ser apelado por los vivos por medio de las correspondientes oraciones, de forma que los espíritus ancestrales, en íntima relación con los seres vivos, aparecen con forma humana. Un alma, okan, puede reencarnarse en un recién nacido. De ahí que los niños reciban el sufijo – tunde como parte de su nombre: baba–tunde o ye–tunde, el padre, o la madre, ha vuelto (reencarnado), respectivamente.
Los Yórùbà también creen que el alma humana puede renacer en un animal inferior, como el tigre eku(n), etc. También que se pueda transformar en un vegetal, aunque los ejemplos en la literatura oral son muy raros. VIDA, MUERTE Y EL MÁS ALLÁ. Las ideas que los hombres sustentan acerca del más allá dependen de su evaluación sobre el significado de la vida aquí en la tierra y su finalización a causa de la muerte.
Para los egipcios, la vida en la tierra se consideraba una preparación para la otra vida. Consecuentemente, el Más Allá era tratado como la vida verdadera. Desde el punto de vista del budista tibetano, la vida en la tierra tiene como objetivo la adquisición del buen Karma. Si se alcanza, el individuo logra la unión completa con el alma de Buddha en el Más Allá.
En caso de no lograrlo, el continuo renacer permitirá eliminar el mal karma residual. Los cristianos y el Islam, aceptan la vida en la tierra como una preparación para la felicidad perpetua, o la eterna condenación en el Más Allá. No hay regreso a la vida en la tierra, sino una estancia probatoria en el purgatorio para las almas en pecado. Ifa invierte el antiguo concepto del Más Allá, y enseña que la vida en la tierra es la verdadera vida, el Más Allá es sólo una estación de peaje para el regreso a la tierra. La felicidad pertenece al mundo de abajo y no al Más Allá.
De este modo, la felicidad consiste en la búsqueda de las cinco clases de buena fortuna: la riqueza, el matrimonio, la progenie, la victoria sobre los enemigos y la longevidad. Por consiguiente, es preceptivo evitar los cinco aspectos de la mala fortuna: la pobreza, la pérdida, la enfermedad, la litigación y la muerte prematura. Ifa nos enseña que la muerte lamentable es la muerte prematura, la muerte en la pobreza o en la deshonra, o la muerte por debilidad tras una enfermedad prolongada. Por ello, los tormentos del infierno no tienen cabida en la escatología Yorùbá.
El temor a la muerte proviene de un sentido de vida no cumplida. La muerte a una edad respetable es lo ideal. La creencia en la realidad de la comunión de los vivos con los muertos es el corolario para la evaluación del Más Allá, como una estación de peaje para un regreso a la vida en tierra. Por lo tanto, la veneración a los ancestros y al culto –particularmente ejemplificado en el culto a los Egugun– evoca una devoción especial en la tradición Yorùbá.
La reencarnación, por supuesto, no la metempsychosis, representa otro aspecto de la creencia en la que algunos antepasados regresan a la tierra para nacer en la misma familia, con el fin de asegurar la continuidad del linaje. Eso explica por qué los niños Yorùbá son llamados Babatunde (el Padre regresa), Iyabo (la Madre regresa), Okusanya (el antepasado es reemplazado), etc.
La mención debería estar hecha en conexión con el concepto Yorùbá de Abiku. Abiku son niños que nacen, mueren al nacer o en las primeras horas de vida y, se cree, les nace a los mismos padres una y otra vez, en un mismo ciclo de renacimiento-muerte-nacimiento. Se cree que la cadena se rompe cuando estos niños que sobreviven reciben nombres como Malomo (Nunca diga muerte), Kosoko (Ningún entierro otra vez), Igbekoyi (Rechazado por la tumba).
Hay cerca de cien nombres como estos para los abiku: un testimonio de la incidencia alta de mortalidad neonatal y del infante en la sociedad Yorùbá de antaño. Hay un verso Ifá que resume estos mismos puntos de forma apropiada. Tomado de Oyeku’xe: Ka ma tete ku A wo ele alayo; Aitete ku ixe, Awoibanuje; Biku ba de ka yin Oluwa logo Awo olooto. Awon agbaagba meta lo difa iku wo lodo Órúnmilá won ni: Ee se ti iku fi yo i pani? Órúnmilá ni: Ire ni Amuniwaye fi iku xe Omi ti ko xan siwa, ti ko xan sehin A a di omi ogodo Ogodo omi ibaje, Omi egbin Omi ngbe won lo rere, Omi ngbe won bo, rere Olokunrun ka a re’le lo gbawo tuntun bo wa’ye. Si morimos después de una vida muy feliz alcanzamos la gloria; pero si vivimos mucho y morimos en la pobreza, la negligencia y la deshonra, no logramos nada excepto la pena.
Deberíamos aceptar la muerte cuando viene y dar gracias a Dios por una vida bien vivida. Ponderando estos dichos, tres sabios consultaron a Órúnmilá y le preguntaron por qué el hombre debe morir siempre. Órúnmilá contestó: El creador ha otorgado la muerte a los hombres como una bendición. La vida es una corriente que fluye hacia arriba y regresa. Cuando fluye hacia fuera del hombre se llama Muerte, Cuando fluye de vuelta se llama Renacimiento.
Si la corriente no fluye hacia afuera sino que fluye hacia atrás Se convierte en un pozo negro estancado con vergonzosas impurezas. Sin Muerte no puede haber Renacimiento. Y el Renacimiento es el enfermo que viaja a fuera sólo para regresar a casa con salud renovada. CIELO/ INFIERNO. Las almas, los espíritus, no van exclusivamente a la tierra de la Muerte. Sus destinos están determinado por la vida que han llevado mientras vivían. Para ello, creen en dos clases de Cielo.
El primero es conocido como Orun–rere, el buen cielo. Aquí es donde van los justos. Esta es la razón por la que tras la muerte se realicen oraciones de modo que el espíritu del fallecido puede encontrarse con afefe–rere, el viento favorable para que la guíe. Con este fin se sacrificará un ave para asegurar un buen viaje al fallecido. El otro Cielo se conoce como Orun Apadi, literalmente, el cielo de la vasija, es decir, el “infierno”. Para averiguar a cuál de los dos deberá ir el okan, será conducido a Asalu Orun, la sala de juicios celestial, y allí responderá ante sus actos.