
En cierto pueblo de África vivía un gran sabio, el cual no tenia oficio alguno, solamente el de vender consejos a quien entrara a su tiendecilla. Sus consejos eran de mayor a menor cuantía según el dinero que le entregaran.
Un comerciante que estaba de paso por aquel pueblo, fue y le pidió un consejo.
– Con mucho gusto lo hare. – dijo el sabio – Pero tengo que saber de que precio lo quieres.- le ecordo al comerciante. A lo que el comerciante respondio.
– Dadme uno de una moneda.
Primer Consejo – dijo el sabio.
Cuando alguien te convide a comer, si no sabes los manjares que te serviran, comete todo lo primero que te sirvan.
– No habeis dado un gran consejo.- Objeto el comerciante
– Ni Ud un gran pago. – Le respondio el sabio después de embolsillarse las monedas dijo.
Sugundo Consejo.
Cuando te sientes, haslo en tal asiento, que nadie tenga derecho a decirte que te levantes de él.
– No es gran cosa en nuevo consejo. – Dijo el comerciante.
– Guanda relacion con la cantidad pagada. – le respondio el sabio
– Deme uno de cien monedad. – dijo gravemente el comerciante
Tercer Consejo.
Nunca te metas a dar consejos si no te lo han pedido.
Tampoco este consejo satisfizao al comerciante y este solicito uno de ciento cincuenta monedas.
Cuanto Consejo.
Cuando estes muy enojado, nada hagas ni nada digas, hasta conocer la verdad.
Tampoco se contento el comerciante, pero juzgando que si el queria mas consejos o sentencdias sé quedaria sin dinero, sé despidio del sabio y siguió su camino.
El comerciante se embarcó para lejanas tierras, donde anduvo muchos años sin volver a su tierra natal, sin ocuparse de su mujer ni enviarles noticias suyas. Su mujer muy triste por no tener noticias de él, se pasaba la vida cuidando a un hijo que le había nacido pocos meses después de haber salido él de viaje.
Tantos años habian pasado que ya el hijo estaba echo un hombre con una negra y brillante barba que le adornaba el rostro.
Un dia el comerciante se vio tan rico, que desidio dejar la vida de viajero que habia llevado asta ese instante, retirándose a gozar del bienestar alcanzado al lado de su esposa, alla en su pueblo.
Decidio embarcar en un velero que sé hacia a la mar rumbo a su tierra. Al desembarcar sin ser visto por nadie, so0lo sé dirigio a su casa, entro sin hacer ruido y sé escondio en un cuarto oscuro y desabitado, para ver como vivia su mujer en su ausencia.
Mirando por un hueco de la puerta, la vio que cosia afanosamente al pie de una ventana, pero no llevaba mucho tiempo en la contemplación, cuando lo invadio un repentino enojo, al ver que su esposa cosia con tanto afan una camisa de hombre.
A punto estuvo de salir de su escondite y mostrarle su colera y preguntarle. – Para quien coses con tanto esmero.- pero le vino a la mente el consejo del sabio. Cuando estes enojado, no hagas nada ni digas nada, hasta saber la verdad, a lo que este resolvió esperar.
Esperando estaba cunado tocaron a la puerta, a lo que la mujer acudio presurosa a la llamada, penetrando a compañada de un apuesto joven al que abrazaba tiernamente.
El comerciante creyó que su mujer dándolo por muerto, sé había unido a aquel hombre, le saltaron tan furiosos los celos que sintió impulso de matar a los dos, ya que los consideraba concubinos, pero volvió a recordar el consejo del sabio. Hasta que no sepas toda la verdad. Espero pues, gracias a aquel consejo recibido hacia 20 años. Con creciente enojo vio que la mujer ponía dos platos en la mesa y se sentaba frente al, acompañando ella al gentil joven.
Apenas podia dominarse el comerciante, ya apretaba la empuñadura de su cuchillo cuando supo por boca de su mujer que el joven era su hijo. Loco de contento salio y abrazo a sus seres queridos.
Después solia decir:
Nunca gastes dinero mejor empleado. Maferefun Orunmila.