Una de las más interesantes y polémicas virtudes que caracterizan a algunos sacerdotes de nuestra religión, es la de poseer facultades de médium, funcionando como contacto ente las deidades del panteón yoruba y su feligresía
Transitoriamente, dichos individuos pierden su conciencia individual y pasan a ser receptáculo de alguna entidad en especifico, ya que cada estructura humana es susceptible de recibir un solo Orisha o «Santo», salvo en algunas excepciones como la de San Lázaro, capaz de incorporarse en cualquier Olosha con facultades espirituales en tal sentido.
La condición de médium es tenida en alta estima entre nuestra comunidad religiosa, y alguna inclusive sobredimensionan tales facultades, dando a los veredictos y consejos de un «santo» montado en un eventual «caballo» condición de axioma inapelable, inclusive por encima de su propio Itá de santo, actitud que ocasionalmente podría conducir a lamentables e irreversibles equívocos.
En el particular que ocupa nuestra atención, nos corresponde reflexionar sobre el Babalawo como sacerdote susceptible de experimentar, o no, estados alterados de la conciencia.¿Está la contingencia del awó capacitada para transformarse en eventual receptáculo de alguna energía sobrenatural, o sencillamente le está vedada tal experiencia?
En primera instancia partimos de la premisa en la cual el Babalawo es el necesario director de ceremonias, cuya profundidad, peso y transcendencia obligan a sus participantes, pero sobre todo a su regente (Obbá) a conservar una actitud sobria, serena y ecuánime ante los procesos y fenómenos que se presentan en su desarrollo.
Nos parecería francamente aterrador y peligroso el eventual escenario de un awó con su conciencia temporalmente extraviada, objeto dúctil de las fuerzas puestas en movimiento durante un ceremonial hermético.
Por eso, parecen desconcertantes los comentarios en los que se expresan claramente que tal o cual Babalawo «se transporta» para consultar a sus clientes o potenciales ahijados. Nada más lejano a nuestra realidad.
Por otra parte los veredictos que se desprenden de la consulta pueden modificar, severa e incluso permanentemente, la vida de quienes se aproximan hasta nosotros buscando sosiego y respuestas a sus problemas puntuales. Por tales razones, consideramos inviable cualquier alteración de nuestra conciencia. Y dado que la palabra de un Babalawo es muchas veces tomada como sentencia cierta, y que «la palabra de Orula jamás cae al piso»(ika She), nosotros, como sus humildes siervos y representantes en este plano material, debemos ser consecuentes con la investidura de la cual hemos sido dotados y, por ende, darle a cada palabra y acción en nuestro quehacer sacerdotal, la debida importancia y el merecido respeto.
Como si tales reflexiones no bastasen, nuestra piedra angular, que es el corpus literario de Ifá, consagra la imparcialidad y la no participación del Babalawo en eventuales estados alterados. A tal respecto el oddu Oyekun Di expresa en nuestro libro sagrado lo siguiente: «Olofin, después que concibió la tierra y le dio poder a todos los Orishas, así como el ashé, pensó que había terminado su labor, pues a los Orishasn le dio la virtud de que, con su poder astral, pudieran enviar su forma como una radiación a la tierra y pudieran irradiar al mismo tiempo a varios de sus protegidos.
Cada una de las personas que recibía aquella radiación dejaba de ser como había sido momentos antes de recibirla, para convertirse en un ser, que al hablar, decía cosas que ellos mismo ignoraban, pues estaban poseídas de la divinidad (montadas por el Orisha).Al principio de este fenómeno, que se producía en los seres humanos, todo se desenvolvía normalmente, pero pasado un buen tiempo, todo empezó a cambiar, al extremo que cada cual se creyó superior al otro, comenzando las guerras, tanto armadas, como en base al conocimiento de lo secreto y de las cosas cotidianas.
La guerra y la distensión estuvieron a punto de diezmar a los habitantes de la tierra, pues cada cual se creía un dios de acuerdo a los conocimientos adquiridos.
Un día, Olofin mando a Eleggúa a inspeccionar la tierra para que le informara cómo se encontraban sus moradores.
Eleggúa se dio a la tarea encomendada por Olofin, pero lo que vio le causo gran enojo.
Dirigiéndose a uno de aquellos que decían ser sabios, le pregunto: ¿Cuál es la causa de la guerra que existe en la tierra? A lo que el interrogado respondió: Yo soy hijo de Ozain. Mi padre me ha concedido el ser uno de los hijos más privilegiados. Mi padre Ozain viene a mi cabeza, proporcionándome los conocimientos que necesito.
Yo soy más sabio que todos ellos. A Eleggúa no le gusto la forma fatua de aquel individuo y le dijo: A Olofin no le va a gustar la forma en la cual ustedes se comportan. Tanto él como los Orishas no aceptarán como buenas las actitudes de ustedes. Esta guerra no puede existir. El hijo de Ozain le contestó a Eleggúa: yo soy rey. No voy a permitir que nadie me destrone.
Eleggúa se fue molesto por aquel encuentro y siguió investigando entre los humanos, recibiendo de estos casi las mismas respuestas.
Por eso, fue a ver a Olofin y le narró todo lo que había investigado.
Olofin, después de escuchar la narración de Eleggúa, se puso a meditar sobre los sucesos en la tierra y decidió enviar allí a los Orishas, para que estos le hablaran a sus respectivos hijos para que modificaran sus conductas.
Al primero que envió fue Obatalá, fracasando éste en sus gestiones. Olofin siguió a los demás Orishas, pero todos fracasaron en su gestión. A Olofin no le quedaban más Orishas que enviar a la tierra, pero en eso, se acordó de Orunmila y lo mandó a llamar.
Cuando el llego le dijo:
Te he mandado a llamar porque ya he enviado a la Tierra a todos los Orishas para que arreglaran la situación reinante entre sus habitantes, pues están enfrascados en una guerra que puede ser la causa de su destrucción total. Todos los que son poseídos de la fuerza astral de un Orisha se creen grandes y han perdido su humildad. Por favor, baja a pacificar a los hombres.Al escuchar a Olofin, Orunmila le dijo: Yo te prometo que he de arreglar esa guerra que existe en la tierra y he de arreglar a todos los humanos, pero mientras yo no lo pueda enmendar, yo no bajaré en cabeza en nadie.
Olofin le dijo: To iban Eshu.Por eso, es que Orunmila no pasa por cabeza de nadie»
Una de las condiciones sine qua non para incorporarnos al sacerdocio de Ifá, en calidad de Babalawos, al menos en nuestro sacerdocio de la diáspora americana, es la de no ser ni «banco» ni «caballo» de espiritualidad alguna. Por lo tanto, nuestra vida previa a nuestra consagración es muy importante en tal sentido. Si un hombre llega al cuatro de Ifá como postulante sin haber pasado por consagraciones previas, su desenvolvimiento en el mismo puede ser una caja de sorpresas. Si bien es cierto que existen ceremonias que «sellan» al aspirante a Babalawo impidiendo así el descenso de alguna entidad ¿Que permanencia garantizan estos sellos?
No olvidemos nunca que los Babalawos que fundamentaremos serán parte de nuestro libro de vida, y que lo bien o mal que desempeñen su investidura, será, en gran medida, responsabilidad nuestra.
Dentro de nuestras posibilidades, no contrariemos un designio que viene marcado por alguien que está muy por encima de todos nosotros, a riesgo de labrar la desgracia propia y ajena, dejemos que sea Orula quien nos guie e ilumine a la hora de escoger sus propios representantes en la tierra y nos permita desenvolvernos en nuestras vidas, tomando como herramienta básica el menos común de todos los sentidos: el sentido común.